Rincón de madres y padres
Me llamo Marcel y debuté en diabetes cuando tenía 11 años. A los 17, durante el bachillerato, tuve la gran oportunidad de hacer un trabajo de investigación sobre los aspectos beneficiosos y perjudiciales de la dieta mediterránea y de la dieta tradicional japonesa para una persona con diabetes mellitus. He aprendido muchísimas cosas sobre los alimentos que ingerimos a diario y lo he llevado a la práctica en mi día a día.
Me doy cuenta de que he pasado por varias etapas a la hora de hablar de este tema con “los otros”. Al inicio a menudo hablaba de diabetes con casi todo el mundo, pero ahora prefiero hablar de diabetes con gente que sabe de qué estoy hablando.
Otro gran reto, otro gran miedo. ¿Cómo sería pasar tantas horas fuera de casa? ¿Cómo sería estar con personas que no fuéramos nosotros, sus padres o abuelos? ¿Con personas que no saben de diabetes? ¿Cómo podré soportar no ser yo quien controle su diabetes a cada momento?
“¡Què ilusión! ¡Todavía hay esperanza! ¡A lo mejor le pueden salvar estas células que quedan vivas!”, pensé.
No sucede un día concreto, pero llega un momento en que sabes perfectamente que este tiempo de esperanza maravilloso se ha acabado.
La primera vez que escuché esta pregunta de la boca de mi pequeño se me rompió el corazón. No sé si bien o mal, le di una explicación de adulto a un niño de tres años.
Hace casi 5 años del debut de mi hijo. Nuestro paso por el hospital no debió ser muy diferente al de otras familias que han pasado por esto. Aquella sensación de entrar sano y salir enfermo para toda la vida, al revés de lo que suele pasar.
¿Debut…? ¿Qué quiere decir eso…? La historia del debut no es para todos igual, pero seguro que todas tienen varios puntos en común. La de mi pequeño Arnau fue cómo os la cuento.
Nuestra hija María debutó hace dos años, con tres años acabados de cumplir. Todo el mundo tiene fechas señaladas, pero un rasgo común en los padres de niños con diabetes tipo 1 es recordar la fecha del debut, como un antes y un después en sus vidas.