La luna de miel
La primera vez que oí las palabras “luna de miel” reconozco que las recibí con mucha ilusión. Las relacioné con el viaje de novios en que todo es maravilloso y lleno de amor. Se le llama así al primer período a partir del debut diabético, en que el páncreas todavía fabrica insulina porque aún quedan algunas células sin destruir.
“¡Què ilusión! ¡Todavía hay esperanza! ¡A lo mejor le pueden salvar estas células que quedan vivas!”, pensé.
Todos estos pensamientos daban vueltas por mi cabeza cada día. Recuerdo que mi preocupación durante los primeros meses era si sería posible encontrar una manera de preservar o proteger las células que quedaban vivas. Incluso, en algunos momentos, llegué a pensar que se habían equivocado en el diagnóstico y que la diabetes de mi hija era reversible. Supongo que eso era lo que yo quería que pasara. A pesar de que médicos y enfermeras me lo repetían en cada visita, me costó mucho asumir que el proceso destructivo había empezado y era imposible frenarlo.
La luna de miel de mi hija Paula duró un año más o menos. Sus controles glucémicos eran fantásticos y casi no tenía que ponerse insulina.
Pero como todas las lunas de miel, ésta no podía ser de otra manera, y la de Paula también se acabó, sin que nos diéramos cuenta. No sucede un día concreto, pero llega un momento en que sabes perfectamente que este tiempo de esperanza maravilloso se ha acabado.
Desde la distancia que da el tiempo que ha pasado desde que acabó nuestra luna de miel, pienso que coincidió con el período de adaptación psicológica a la nueva situación. La diabetes nos acompañará por muchos años y toda la información aprendida es una buena arma para combatirla y mantenerla a raya.
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