Hospital Sant Joan de Déu Barcelona

Si yo no lloro, tú tampoco tienes que llorar

Niño seguro de sí mismo, con su madre y un médico
Edad: 
0 a 5, 6 a 8, 9 a 13, 14 a 18
Lali Buera - Madre de un adolescente con DM1
Lali Buera
Madre de un adolescente con DM1

Hace casi 5 años del debut de mi hijo. Si entonces hubiese visto una película de cómo han ido estos años tal vez me habría ahorrado algunos pensamientos que en aquel momento me desbordaban.

Se puede decir que estuve llorando -a ratos, claro- durante un año. Yo no soy una persona fuerte ante las enfermedades. Tenía unas gafas de sol muy y muy oscuras que fueron mis aliadas en aquella época. Al cabo de un año acabaron en la basura, mi marido no quería ver nunca más aquella cara detrás de esas gafas.

Nuestro paso por el hospital no debió ser muy diferente al de otras familias que han pasado por esto. Aquella sensación de entrar sano y salir enfermo para toda la vida, al revés de lo que suele pasar. Con el tiempo he valorado muy positivamente todo el proceso seguido por Sant Joan de Déu desde el día que llegas hasta el que te vas. No habíamos oído hablar nunca de la diabetes tipo 1. Salimos con una idea bastante clara de lo que era la enfermedad y cómo la teníamos que afrontar. Cuando estábamos allí, este protocolo estudiado y llevado a cabo con rigurosidad por el equipo de endocrinología me pareció cruel: encontraba horroroso que me explicaran que tenía que contar hasta el pan del gazpacho, que el zumo de naranja en ayuno no era ya una opción siempre recomendable, que cuando el niño estuviese enfermo, encima, lo tendríamos que marear más que nunca con los controles, … Después lo agradecí. 

Me habría gustado poder conversar con algunos padres “experimentados”, me habría gustado sentir de primera mano que mi hijo haría casi todo lo que hacen las personas de su edad. Así ha sido.Tal vez nunca pilotará un avión, tal vez no podrá ser policía, tal vez no hará submarinismo o barranquismo… Pero es que casualmente mi hijo no está interesado en nada de esto. A veces le damos más vueltas a la cabeza de lo que hace falta. Como la cabeza corre demasiado, ya en el hospital me lo imaginé adolescente y hasta adulto. 

La etapa de la adolescencia –la que está viviendo ahora– la acerté bastante, no puede hacer tonterías propias de esta edad (beber más de lo debido, fumar, no respetar horarios de comidas y de sueño, picar porquerías a todas horas, …). Pero bien mirado, esto no es bueno para nadie. Me preocupaban mucho y me preocupan las potenciales complicaciones futuras, pero da la casualidad que los controles trimestrales están resultando ser buenos. A veces le damos más vueltas a la cabeza de lo que hace falta.

Durante la primera semana fuera del hospital mis ojos localizaban todo niño que fuese por la calle comiendo un croissant o bebiendo una coca-cola. Lo mismo me pasaba con los anuncions de dulces y bebidas que daban por la tele, ninguno me pasaba por alto.

Gerard fue el más valiente de todos. Me dijo: “Si yo no lloro, tú tampoco tienes que llorar”. Con once años fue autónomo desde casi el primer momento. Esto fue una suerte. La vida también son enfermedades y nuestros hijos, es cierto, dependen de la insulina, pero por suerte, la pueden encontrar en la farmacia.

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