La gran excursión
Una vez superado el shock, el duelo, el debut, y habiendo incorporado la diabetes a nuestras vidas como si de uno más se tratara, viene el ir superando las trabas del día a día en cualquier época de la vida de tu hijo/a. Dicho esto, quiero explicaros un poquito las sensaciones que tuve ante la salida de fin de curso de Bachillerato de mi hija Paula.
Cuando empezó el segundo curso en septiembre, yo intuí que la cosa sería difícil de superar. Si ya de por sí esa excursión es dura de asimilar (no olvidéis que es a Ibiza normalmente: ciudad de fiesta nocturna, caos de horarios y de vida, alcohol, etc., y sin profesores), para mí fue una montaña rusa de sensaciones maternales y protectoras. Mi mente iba y venía con pensamientos de todo tipo, desde ver a Paula atendida por una ambulancia del 061, a imaginarla con un coma diabético y que ninguno de sus compañeros/as supiera reaccionar. ¡Ufffff! ¡Casi nada! ¡Sólo de pensarlo me entra un sudor frío que recorre todo mi ser! Hasta llegué a pensar en cogerme días de vacaciones, reservar vuelo y, sin que nadie supiera de mis intenciones, plantarme de incógnito en la isla Pitiusa para poder estar alerta y disponible al momento, si por casualidad Paula me necesitaba.
Por suerte, una luz en mi interior se iluminó y lo que hasta el momento habían sido sombras, devinieron una luz de lo más blanca y llena de esperanza que podáis imaginar. Vi la luz: debía confiar en mi hija y en todo lo que había aprendido de la vida hasta el momento para poder tomar sus decisiones (como bien dice Javier, voluntario del Hospital Sant Joan de Déu, a los hijos hay que darles cuerda y dejarlos vivir su vida cuando se hacen mayores). Paula iba a ser una niña como las demás, con su derecho a equivocarse y con toda la confianza del mundo depositada en ella.
En aquel momento de luz, me relajé y la dejé avanzar con total serenidad hasta el día de hoy, en el que cada vez estoy más orgullosa de ella y de la madurez con la que maneja su diabetes.
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